Primero tenía mareos y vomitaba, su periodo se detuvo y su estómago creció. Estas fueron las “pistas” que hicieron pensar a Katie Holmes que estaba embarazada. Sin embargo, diversas idas al médico y test de embarazo decían lo contrario.
La joven, oriunda de Hertfordshire (Inglaterra), tomó algunos antibióticos para una infección urinaria pero nada funcionó y una tarde quedó en shock cuando su pancita se “cayó”.
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Holmes se sometió a unos exámenes, los cuales develaron lo que realmente tenía: efectivamente no era un embarazo, sino un quiste ovárico canceroso, el que pesaba un poco más de 6.3 kilogramos.
De acuerdo al portal de la Biblioteca Nacional de Medicina de EEUU, MedlinePlus, los quistes ováricos son sacos llenos de líquido que están en o sobre un ovario. “Generalmente, se forman durante la ovulación, cuando el ovario libera un óvulo”.
Si bien por lo general son inofensivos y desaparecen solos, estos pueden llegar a ser cancerosos, como el caso de Kate. Por suerte, los médicos pudieron extirparlo por completo, pero perdió uno de sus ovarios.
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Esto dejó a la joven con el temor de no poder quedar embarazada en un futuro próximo, pero este miedo desapareció 6 meses después de su operación, pues en ese momento se enteró que estaba esperando un bebé, teniendo ahora a su pequeña hija Ava.
Por último, Holmes señaló al portal inglés The Sun que antes no estaba muy convencida de querer tener hijos, pero confesó que la sensación de que le quitaran esa opción fue horrible. “Nunca me había sentido tan feliz, ella (Ava) es simplemente increíble y estoy muy contenta de que mi quiste canceroso no me haya impedido ser madre después de todo”, indicó.




