Crímenes en Estados Unidos hay muchos, pero ninguno como el que ocurrió el sábado 13 de octubre de 1984. Aquel día, Angela Samota, estudiante de informática de 20 años, fue asesinada en su departamento, recibiendo 18 puñaladas.

La noche anterior, la joven salió a una discoteca con amigos y cuando arribó a su hogar, a eso de la una de la madrugada, llamó por teléfono a su novio, Ben McCall, al escuchar ruidos extraños. Luego de cruzar unas palabras, ella dijo que lo volvería a llamar. Eso nunca ocurrió.

Desesperado ante la incomunicación, McCall decidió ir hasta el edificio donde vivía, pero no consiguió respuesta, por lo que llamó a la policía. Cuando llegaron al lugar encontraron una escena absolutamente escalofriante. Angela estaba desnuda, con los ojos abiertos, las piernas colgando y lo peor es que tenía el corazón encima de su pecho, luego que el asesino se lo sacara.

Inmediatamente las autoridades comenzaron a elaborar una lista con los sospechosos, en donde McCall era uno de ellos. También Russell Buchanan, uno de los amigos que acompañó a Samota a la fiesta el día anterior, aunque este contó que apenas llegó a su casa, se quedó dormido, negando ser el autor del crimen. La expareja de la víctima también levantó sospechas.

Si bien los primeros días la investigación no arrojó mayores resultados, a las semanas se detectó una pista clave: al estudiar la sangre, el semen y la saliva hallada en el lugar de los hechos, se determinó que el atacante tenía una mutación genética en donde su grupo sanguíneo no aparecía en sus fluidos, condición que sólo poseía Buchanan.

Sheila, la amiga

En este punto de la historia aparece Sheila Gibbons, una amiga de Angela, a la cual había conocido el primer año de universidad. Cuando ella se enteró de lo que había pasado, quiso colaborar inmediatamente con los detectives.

Y fueron estos últimos quienes le sugirieron que concertara una cena con Buchanan, con el objetivo de obtener mayor información, algo que tenía aterrada a su madre. Aún así lo hizo.

“Yo estaba nerviosa y no actuaba con normalidad, mientras pensaba: ‘Estoy sentada al lado de un asesino’ porque, claro, yo creía que él era el culpable”, declaró Gibbons en un reportaje, y que consignó Infobae.

Tras comparar el testimonio que entregó en la cena, con el que había brindado a la policía, descubrieron que él no mentía. Rusell Buchanan siguió con su vida, pero no así Gibbons, quien tuvo que retirarse de la universidad. Pero no cesaría en su búsqueda de la verdad.

Sheila Gibbons
Sheila Gibbons

Los detectives creyeron que, con el tiempo, yo desaparecería. La gente más normal se hubiera rendido y continuado con su vida. Pero yo no. No aceptaba un ‘no’ por respuesta. Así que seguí llamando”, reveló.

20 años después

En el 2004, 20 años después del asesinato, Sheila tuvo una visión que comenzaría a cerrar el caso. “Miré hacia la derecha, y allí estaba Angie (…) No hubo palabras, solo que allí estaba ella y su gran sonrisa“, dijo, por lo que decidió llamar al detective que conocía y le dejó un mensaje. Pero jamás recibió una llamada de vuelta.

Fue ahí cuando decidió estudiar para ser detective. Y lo logró, aunque esto no cambió mucho la situación. “Pensé que la policía se sentaría a trabajar conmigo ahora que tenía mi licencia de detective. No les importó en lo más mínimo”, dijo Gibbons, quien en todos los años llamó unas 750 veces a la policía.

Debido a su insistencia consiguió que el caso fuera reexaminado, quedando a cargo de la detective Linda Crum. “Cambió la trayectoria del caso en un ciento por ciento. Creo que las investigadoras mujeres son mejores, en general, por su gran compromiso. Tenerla fue un verdadero plus”, reconoció al medio argentino.

Fue en el 2006 cuando Crum hizo estudios a las uñas de Angela, con pruebas de ADN, tecnología que no estaba disponible en los 80. Sólo así lograron dar con el culpable.

¿Buchanan? No, el agresor que acabó con la vida de Samota fue Donald Andrew Bess, quien en 1984 se encontraba con libertad condicional, a pesar de que en 1978 había sido condenado a 25 años de prisión por secuestro y violación.

El culpable, apodado la ‘Bestia’, fue condenado a muerte, lo que dejó satisfecha a Sheila, quien más tarde se disculpó con Buchanan. “Lo había odiado porque pensaba que era el asesino. Le pedí perdón. Después, fuimos juntos a visitar la tumba de Angie. Es un gran hombre, un ser humano increíble”, cerró el recuerdo de la traumática experiencia.