Héctor Retamal, fotógrafo chileno de la AFP basado en Shanghái, fue elegido este jueves mejor fotógrafo de agencia de noticias de 2020 por The Guardian por su trabajo en China, sobre todo por sus imágenes de Wuhan, la ciudad donde fueron detectados los primeros casos de COVID-19.

Héctor relató su cobertura en un blog difundido por la AFP, titulado Cuatro estaciones en Wuhan, en el que detallaba sus viajes a la ciudad, antes, durante y después de la irrupción de la pandemia.

Estas son sus impresiones, que también se pueden leer en esta página acompañadas de sus fotografías.

Había estado en Wuhan una vez antes del virus, para cubrir un partido de básquetbol. Es enorme. Once millones de personas viven allí, más de los habitantes que albergan Ciudad de México, Nueva York o París.

Invierno

Tenía a mis familiares de Chile -mi madre, mi primo y su novia- de visita en Shanghái cuando escuche por primera vez del virus a mediados de enero. Me preocupé un poco de que ellos pudieran salir de China y regresar a casa. Luego las máscaras comenzaron a aparecer en las calles. En pocos días, ya uno podía sentir que iba a ser algo grave.

Me dirigí a la estación de trenes para viajar a Wuhan. Mis jefes me llamaron. Tenían dudas sobre si era demasiado peligrosa la misión. Insistí en ir. Les recordé que ya había cubierto una epidemia de cólera en Haití. Realmente comprendí la seriedad de la situación cuando el tren de alta velocidad llegó cuatro horas después a Wuhan. Era la última parada pero casi nadie se bajó: unas 30 o 40 personas en lugar de centenares. Yo entre ellas, para introducirme en una ciudad fantasma, donde me reuní con Leo Ramírez y Sébastien Ricci, de la oficina de Pekín.

El temor se había apoderado de los habitantes de Wuhan. Agentes de policía nos dijeron que regresáramos al hotel. “Es peligroso quedarse en las calles”, nos decían. Había miedo en el aire. Vi a gente encerrada en sus casas, mirando detrás de rejas por las ventanas. En dos horas de caminata alrededor de ese barrio vi apenas cuatro o cinco personas afuera.

The Guardian eligió a fotográfo chileno como el mejor del año por sus trabajo en Wuhan
AFP

Pero el choque llegó realmente cuando fuimos a los hospitales. La gente hacía cola dentro y fuera, algunos sentados en las sillas que se habían traído. La gente se me acercaba y me tomaba del brazo, pidiéndome que entrara a ver. Querían mostrarme lo que estaba pasando. Eso no suele suceder en China. Dudé si seguirlos por temor a que los guardias de seguridad me vieran y llamaran a la policía. Pero entré de todos modos y luego vi lo difícil que era la situación. Los hospitales estaban claramente saturados.

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Luego tomé esta foto:

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Nunca pudimos averiguar de qué murió este hombre mayor, pese a que lo intentamos. Su cuerpo yació durante horas en el piso antes de que vinieran a retirarlo. La imagen del cuerpo y la agitación a su alrededor terminó por simbolizar la crisis del coronavirus.

Salimos de la ciudad el 31 de enero, en un vuelo humanitario enviado por Francia con destino a Marsella. Pasamos dos semanas en cuarentena en Francia.

Primavera

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Regresé a Shanghái el 24 de febrero. Estuve unos días en un hotel mientras averiguaba cuál era la situación en el edificio donde vivo y si tendría que volver a ponerme en cuarentena. Por suerte no fue así. Cuando regresé a mi apartamento, los miembros de un “comité vecinal” me interrogaron. Para acceder al edificio, había que pasar un control de temperatura.

Volví a Wuhan a finales de marzo, días antes de que la ciudad pusiera fin a su cierre masivo. Algunas personas seguían encerradas en casa: todavía no se atrevían a salir. Vi gente que les pasaba comida a través de las barreras de seguridad. Pero poco a poco, la vida fue volviendo a la normalidad. Los trabajadores sanitarios que habían venido de otras partes del país para ayudar se fueron a sus lugares de origen.

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Wuhan es un cruce de caminos en el corazón de la provincia de Hubéi: une al este con el oeste de China y al norte con el sur. La ciudad se ubica sobre el gran río Yangtsé, a medio camino entre Pekín y Guangzhou, en el sur. Wuhan es una ciudad relativamente rica, hogar de decenas de laboratorios y centros de investigación científica. Hay empresas mineras, fábricas de automóviles, acero, textiles. También es un gran centro agrícola: algodón, cereales, piscicultura. Hubei es conocida como la “tierra del pescado y el arroz”, a la sombra de la gran presa de las Tres Gargantas.

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El mejor lugar para ir es la orilla del río. La vida de la ciudad parece construida alrededor de esa corriente de agua. Iba allí a menudo.

Wuhan es como una versión más pequeña de Shanghái: moderna y junto a un río, aunque mucho más amigable.

La ciudad también tiene una cantidad de parques donde la gente va a hacer ejercicio y a bailar.

En Shanghái, algunas personas temen que los extranjeros sean portadores del virus. A veces, cuando tomo un ascensor, la gente no quiere entrar conmigo. Pero eso nunca me pasó en Wuhan. La gente me saluda. Siempre se acercaban a mí para preguntarme qué estaba haciendo allí. Fue entonces cuando conocí al primer grupo de bailarines.

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Verano

Me gusta acercarme a la gente. Me gusta ser aceptado y ganarme la confianza de la gente. Quiero que se sientan cómodos y se tomen el tiempo para hablar. ¿Cómo podría tener una idea de la vida de otras personas si no las dejó entrar en la mía? Eso lo aprendí en Haití, donde la vida es dura y la gente se las arregla sin nada. En Wuhan, no traté de esconderme. Quiero que la gente sepa lo que estoy haciendo y entienda por qué estoy allí. No escondo mi cámara. Esa es la regla básica. No me gustan las fotografías tomadas de forma encubierta y si alguien me pide que borre una, lo hago.

Después de una misión periodística, siempre me pregunto qué habrá sido de las personas que conocí. Este año en Wuhan pude regresar y ver a algunas de ellas y comprobar si estaban bien, particularmente las que van a nadar al río. Disfruté viendo cómo la ciudad recuperaba su ritmo con el paso del tiempo.

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Incluso fui a una discoteca. Estaba llena de gente. A los chinos les encanta la diversión, y Wuhan es una ciudad joven, con muchos estudiantes.

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Otoño

En mi última visita a Wuhan, busqué cualquier señal restante de la pandemia. No pude encontrar ninguna. La ciudad parecía haber vuelto a la normalidad, incluso después de que 4.000 personas murieran allí a causa del virus. Ese número representó la mayor parte de las muertes por coronavirus registradas en China. En cambio el dolor silencioso todavía estaba allí.

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Las calles estaban desbordadas, con atascos de tráfico y los centros comerciales estaban abarrotados. Quizás había un poco menos de gente que durante el verano, debido a la lluvia y al frío. Pero tan pronto como aparecía el sol, la gente salía a la calle.

Lo único que no parecía haber regresado a Wuhan eran los extranjeros. En una semana debí ver a otros dos extranjeros. Había muchos más antes del virus.

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El temor por el virus no obstante permanece.

En el hotel me pidieron el resultado negativo de la prueba del covid-19 y mi código QR de salud. Cada ciudad tiene ahora un código QR proporcionado por las autoridades sanitarias para que las personas lo mantengan en sus teléfonos. Contiene datos recopilados a través del teléfono sobre dónde circuló la persona y si estuvo cerca de algún infectado.

Las reglas fueron estrictas durante la crisis por el coronavirus. En Shanghái recientemente reimpusieron algunas medidas, como el uso de mascarillas. En algunos lugares todavía te toman la temperatura, de cerca o con una cámara térmica: si da verde, entonces puedes ingresar sin problema.

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