El príncipe Felipe, recibió el título de duque de Edimburgo al contraer matrimonio con la reina Isabel II del Reino Unido, sin embargo, él nació como príncipe de Grecia y Dinamarca al ser hijo de Andrés de Grecia y Dinamarca y de Alicia de Battenberg.

Y es precisamente su madre una de las figuras más controvertidas de su familia, pues la historia de su vida es digna de cualquier serie o película de época.

Alicia de Battenberg nació sorda en 1885 y vivió gran parte de su infancia entre Alemania, Inglaterra y el Mediterráneo. Al casarse con el príncipe Andrés de Grecia y Dinamarca en 1903, se instaló en Grecia hasta 1917, año en que la familia real griega fue exiliada.

En 1930 se le diagnosticó esquizofrenia y fue internada en un sanatorio en Suiza. Cuando volvió más recuperada, vivió separada y dedicó el resto de su vida al trabajo caritativo. En Atenas, durante la Segunda Guerra Mundial, auxilió a los refugiados judíos, y tras el conflicto bélico fundó una orden de enfermeras religiosas ortodoxas, conocida como Christian Sisterhood of Martha and Mary.

Fue este periodo el que la serie The Crown retrata en su cuarta temporada, estrenada recientemente en Netflix. En el cuarto capítulo se ahonda en los traumas del duque de Edimburgo y la compleja relación que tenía con su madre.

Recordemos que luego de la caída del rey Constantino II de Grecia y la imposición del régimen militar en 1967, Alicia fue invitada por su hijo y nuera a vivir al Palacio de Buckingham, lugar donde murió dos años después.

En este periodo logra acercarse a su nieta Ana, con quien compartía confidencias y cigarrillos, relación que también presenta la ficción donde el rol de Battenberg lo interpreta la actriz Jane Lapotaire.

El historiador Hugo Vickers señaló en The Crown Dissected que Alicia “dirigía una orden religiosa y siempre estaba buscando fondos. Vendió la mayor parte de sus posesiones y, en tiempos de guerra, cedió sus raciones de comida a los huérfanos o a cualquiera que lo necesitara”.

Asimismo, indicó que efectivamente se trasladó a vivir al palacio de Buckingham en 1967 pero no en un espacio lúgubre como se aprecia en la serie, sino que se le instaló “en un espacioso apartamento con vistas en la primera planta“. Además, aseguró que la mujer era sumamente discreta y jamás dio entrevistas. “Era una persona muy privada. No dio entrevistas. Era tan reservada que destruyó todas sus cartas y, cuando murió, solo dejó tres vestidos”, indicó al The Times.

Pero uno de los momentos más críticos en la vida de Alicia fue el tiempo que estuvo internada, pues vivió en carne propia los experimentos de Sigmund Freud. De acuerdo a un documental del 2012, citado por el El País, el padre del psicoanálisis aseguró que los problemas mentales de la princesa se debían a su nivel hormonal y a su “frustración sexual”, por lo que recetó ‘rayos X’ sobre sus ovarios para acelerar la menopausia. Para su mala fortuna, este tratamiento no funcionó y la dejó con secuelas de por vida. Finalmente logró escapar del sanatorio.

Cuando volvió a Grecia, vivió separada de su marido, fundó la orden religiosa y en 1937 logró reunirse con su familia para el funeral de su hija Cecilia, quien falleció en un accidente aéreo junto a su marido y dos de sus hijos.

También asistió a la boda real de Felipe e Isabel II en 1953, y lo hizo vistiendo los hábitos. Eso sí, con las últimas joyas que le quedaban, logró fabricar el anillo de compromiso que el duque ocupó para pedirle matrimonio a Isabel.