El 18 de mayo pasado, Alejandro Correa (60), un conocido empresario de Concón, región de Valparaíso, fue baleado aparentemente por un sicario, a las afueras de su casa.

Según relataron testigos a Radio Bío Bío en ese entonces, un sujeto se bajó de un auto gris, tocó el timbre y cuando salió Correa, le propinó seis balazos. Pese a que el hombre fue derivado de urgencia al Hospital Naval de Viña del Mar, a eso de las 17.00 horas se constató su muerte.

A la fecha existe un detenido, sindicado como el principal sospechoso del asesinato. Un ciudadano colombiano al que la policía acusa de haber recibido 5 millones de pesos como pago para matar al empresario.

El hombre se encuentra en prisión preventiva acusado de homiciio calificado y consumado, y de homicidio frustrado en el caso del amigo que acompañaba a la víctima.

De acuerdo a la información recabada por Radio Bío Bío, el empresario era dueño de un terreno en Quilpué que estaba ocupado ilegalmente, por lo que pidió al municipio realizar las diligencias para desalojarlo.

Dicha acción habría generado que desconocidos lo amenazaran en reiteradas oportunidades, confirmó Pablo Rojas, director de seguridad de la Municipalidad de Concón. Eso sí, aclaró que no se trató de un ajuste de cuentas, sino que recibió amenazas por su trabajo y patrimonio.

Valentina, una de las tres hijas de Alejandro, junto con Javiera y Catalina, comentó a LUN que la familia sigue descolocada y que solo esperan que se haga justicia.

Alejandro era ingeniero comercial de la Universidad de Chile y dueño de un espíritu aventurero, solidario y entusiasta. Así al menos lo describe Valentina. “Era una persona sumamente amante de la naturaleza, del trekking. A los 55 años fue a Nepal, no digo a escalar el Everest, pero sí a hacer ese deporte. Su destino favorito era el sur de Chile; recorrió varias veces la Carretera Austral“, revela.

Tras trabajar en varias empresas como Verschae y Ren a Car, y un banco, que fue el que lo instaló en Viña del Mar en 1988, ciudad donde decidió quedarse dada su buena calidad de vida.

Se jubiló un poco antes de los 60 años. De ese modo tendría más tiempo para sus negocios y las asesorías. “Lo que más le gustaba a mi papá era la Fundación Emprender, de la que era parte. Era facilitador de empresarios que tenían algunas dificultades de equipo, de manejo y de cómo poder darles una vuelta a los negocios para hacerlos resurgir“, cuenta.

También trabajó con la Fundación de Amigos de Etiopía, principalmente porque Valentina vivió allá entre 2015 y 2017 como cooperante. “Mi tema es seguridad alimentaria. Cada vez que yo postulaba a un proyecto, mi papá me ayudaba. El directorio de la fundación lo apreciaba mucho”, comenta.

Tanto así que Alejandro la siguió en varios de sus proyectos en países como Etiopía, Kenia y Uganda. “Mi papá, que toda la vida ha sido de campo, me fue a ver y gozó mucho, porque sabía mucho de pozos y yo me dedicaba a eso“, revela Valentia, quien también es directora de proyectos de la Fundación para la Confianza.

La filantropía también fue parte de su vida, claro que la llevaba a cabo de una forma silenciosa. “Era un hombre de muy bajo perfil e incluso ahora que murió, nos vamos enterando de otras cosas, de gente que nos dice ‘tu papá me ayudó’. Fue siempre piola“, destaca.

Valentina también asegura que su padre era una persona sumamente correcta y que por eso cuando notó problemas en su tierra en Quilpué, presentó una demanda civil en el juzgado local, “sabiendo que eso se iba a demorar y quizás hasta la perdía, pero era la manera de hacer las cosas“.

Además, el hombre cultivaba tenía un lado espiritual tan potente que nunca podrían haber imaginado que tuviera problemas con alguien. “Nadie lo olfateó, lo olió, no había ninguna señal. Yo me he metido y he buceado en su mail, busqué en su teléfono, que ahora lo tiene la PDI, y no había nada. Lo que sí puedo aclarar es que en la denuncia que puso mi papá el 14 de mayo (por el terreno) no relata ninguna amenaza de ningún tipo”, detalla.

Su hija dice que cuando pasara lo de la pandemia, su próximo plan era que viniera su hermana desde Italia. “Mi papá se dedicaba en la cuarentena a hacerle unos videos con unos calcetines con ojitos de botones, pocos días antes de morir”.