La imagen de una mujer tragándose un bote de helado completo después de terminar una relación es una constante en las comedias. Este comportamiento se repite cuando tenemos un buen día, en el que nos “recompensamos” comiendo algo bien rico y calórico, como chocolates o una pizza.

Eso nos deja una gran interrogante: ¿por qué recurrimos a estos alimentos cuando queremos sentirnos felices? Existen distintos estudios al respecto, con toda clase de conclusiones. Para empezar, hay expertos que aseguran que nos gustan las comidas dulces, porque el primer alimento que tomamos en nuestra vida es la leche y tiene esta clase de sabor, que nos transmitiría sensaciones de placer y ternura.

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Mientras que otros científicos afirman que la respuesta se encuentra en la dopamina: una sustancia que nuestro cerebro libera cada vez que devoramos algo apetecible, normalmente lleno de azúcar y grasa.

Según la doctorado en Medicina, Reina García Closas, la dopamina es la causante de que nos gusten tanto este tipo de comidas, sobre todo cuando las emociones se exaltan: “Cada vez que recibamos una señal de ese apetitoso producto, a través de la vista, olfato o gusto o incluso si pensamos en él, nuestro cuerpo libera dopamina, lo que nos incitará a conseguirlo y, por supuesto, a ingerirlo”, explicó en una entrevista al portal español ABC.

sea turtle (cc) | Flickr
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Y cuando los comerciales de papas fritas te dicen “apuesto que no te comes sólo una”, lo dicen en serio, ya que como esta doctora explica, cada vez que comemos algo rico “en el fondo, nos estamos dopando”.

De hecho, cuando estamos tristes, nuestra dopamina baja y el cerebro buscará inconscientemente cómo elevarla… y su respuesta suele ser comer chocolates, dulces y alimentos fritos. “ Haciendo esto, la dopamina cerebral aumenta e inmediatamente notaremos que nos sentimos mejor, una especie de premio o recompensa. Es lo mismo que ocurre con el tabaco o el alcohol”, explicó García.

Ralph Daily (cc) | Flickr
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Pero ojo con hacernos estos “regalitos” culinarios de forma muy seguida, ya que si comemos con mucha frecuencia hidratos de carbono, azúcares y grasas saturadas, se alterarán las áreas del cerebro que impiden que comamos sin límite y engordemos.

Esta experta cita un estudio de neuroimagen realizado en niños con obesidad, los cuales al ingerir alimentos apetitosos aumentaban su actividad cerebral, liberando dopamina: “Con el tiempo su respuesta cerebral de gratificación disminuye. Es lo mismo que ocurre con las drogas: se necesita aumentar constantemente la dosis para conseguir un efecto similar de placer”, aseguró a este medio español.