Sociedad

Los fieles de Leda Bergonzi, la ‘sanadora de Rosario’: cuando la fe es más fuerte que el cansancio

Leda Bergonzi Valdivia
Agencia Uno – Página 7

“Adentro se están realizando sanaciones y expulsiones de demonios. Ustedes lo van a sentir”, dijo uno de los encargados del evento por los altavoces.

En ese momento, me encontraba en una fila, junto varios cientos de personas que se acercaron al Parque Saval, en Valdivia, para ser bendecida por Leda Bergonzi, conocida como la ‘sanadora de Rosario’.

Fue cerca de las 13:30 horas cuando llegué al lugar, con previa inscripción, para conocer a la mujer que llamaban el “instrumento de Dios” y que, supuestamente, hacía milagros. Perdón, corrijo. No es Leda quien hace milagros, sino que es el Espíritu Santo a través de ella. Así lo explicaron por los altavoces.

Yo tenía el tiempo contado. A las 16:30 debía estar en mi casa, por lo que tenía casi tres horas para alcanzar a conocer a Bergonzi. Obvio que iba a alcanzar, ¿verdad?, hasta alguna bendición podría hacerme.

Mientras esperábamos, y la fila no avanzaba, pasaban señoras vendiendo rosarios y medallitas de la Virgen.

También ofrecían estampitas y calendarios con el rostro de Leda, haciéndola parecer una santa en vida. Pero, al menos los que estaban cerca de mí, no compraron nada. Quizás algún denario.

Afortunadamente, estaba nublado y la fila estaba bajo los árboles, así que no hubo desmayos ni bochornos por el calor. Mientras tanto, la misma canción se repetía una y otra vez: “Jesús, enséñame tu modo de hacer sentir al otro más humano, que tus pasos sean mis pasos”. No me la sabía, pero ya no puedo sacármela de la cabeza.

Avanzamos muy, muy lentamente. El evento, las bendiciones, los exorcismos se hacían en un recinto cerrado y cada tanto abrían las puertas y dejaban pasar entre 10 a 30 personas. Pero por cada tanda, había que esperar de 20 minutos a media hora. Lentísimo.

Además, no se podía ver lo que pasaba adentro, pero cada vez que abrían la gran puerta, se escuchaban cánticos y gente que gritaba algo, una sola sílaba, y la repetían varias veces, pero no alcanzaba a entenderla. Quizás eran dos sílabas: amén.

La fe en Leda Bergonzi

A quienes estaban en silla de ruedas, los hacían pasar primero. Los demás, esperábamos de pie. Desde niños hasta personas que se veían muy mayores intentaban no mostrar señales de cansancio, aunque las horas pasaban y nada.

Una de las encargadas conversó con la mujer que estaba delante de mí. Mujer que, muy inteligente, había llevado una silla. Le contaba que Leda bendecía uno a uno y se tomaba su tiempo. A veces se demoraba más porque debía sacar al demonio. No voy a negarlo, me dio un poco de miedo. ¿Y si yo también tenía al diablo dentro?, todos se iban a enterar.

En la explanada había un escenario, con una imagen de San José y otra de María. Y unos sacerdotes estaban sentados con alguien a su lado. Estaban confesando. Los fieles le contaban sus pecados y ellos después los perdonaban.

De repente, la fila avanzó mucho. Ya me dolían los pies. Llevaba casi dos horas esperando y tuve la esperanza de que estaría en el próximo grupo que entraría a ver a Leda Bergonzi.

Una espera en vano

“A las tres y media va a empezar la misa, es muy importante que asistan, Va a ser aquí afuera”, dijo otra encargada al lado mío. ¿Y qué va a pasar con las bendiciones?, ¿con todos los que quedamos en la fila?, quise preguntarle, pero se fue antes de que pudiera articular palabra.

La mujer de adelante me aseguró que ya nos harían pasar, que no me preocupara, que Leda seguía bendiciendo durante la misa.

Qué equivocada estaba.

Justo en ese momento, desde los altavoces, un hombre anunció que “deben asistir a la misa. Las puertas se van a cerrar y después de la eucaristía, Leda va a seguir atendiendo”.

No lo podía creer. Tantas horas de pie, esperando, sin nada que hacer más que mirar el celular eventualmente y escuchando todo el rato la misma canción, para nada.

Para los que no sepan, una misa de domingo dura más o menos una hora. Por supuesto que empezó como a las 15:45, por lo que terminaría 15 minutos después de la hora que tenía que estar en mi casa. No iba a alcanzar a ver a Leda.

Cómo (no) conocí a Leda Bergonzi

Frustrada, salí de la fila, mientras los demás fieles (ya eran como 500, entre los que estaban delante y detrás de mí), se miraban pasmados.

Pero nadie más abandonó su lugar. Su fe era mucho más grande que la mía y, claramente, tenían mucho más tiempo que yo.

Y así fue como no pude conocer a la ‘sanadora de Rosario’, a pesar de las horas que esperé en una fila que se me hizo eterna. Igual, tenía un secreto anhelo de ser sanada, me ganó un poco la superstición (o la fe) de que ella podía bendecirme en nombre de Dios.