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Entretención

Página 7
La Región del Biobío despide a uno de sus locutores más queridos. Juan Antonio Rojas Morales —el inconfundible “Cachirupi” de la radio Punto 7— partió dejando tras de sí una trayectoria que, por cerca de 40 años, acompañó a miles de auditores que encontraron en su voz una terapia para la pena, la amargura o simplemente la compañía que alegra las mañanas.
Su personaje, bochinchero, cercano y entrañable, se volvió parte del paisaje sonoro de Concepción y alrededores a través del dial 90.9 FM. Y hoy, a modo de homenaje, su historia vuelve a contarse con las mismas palabras que él entregó en vida: auténticas, sencillas y llenas de humor.
Hablar de “Cachirupi” era hablar de historia pura de las comunicaciones en el Biobío. Vivió gran parte de su vida en Coronel —aunque siempre bromeó sintiéndose de 27— y acumuló reconocimientos que llenaban su famoso “rincón del ego”.
Aun así, él siempre dijo que “el premio más importante es el cariño que recibo de mis auditores”.
De trato amable y sencillo, Antonio hacía espacio para todos. Incluso aquella vez que recibió a Página 7 después del programa, donde conversamos distendidamente.
Nació en una familia numerosa: 12 hermanos y unos padres muy presentes. Su madre imponía el orden y su padre cultivó en él el amor por la lectura. “En esos años estaba la cuchara de palo y la correa para los castigos”, recordaba entre risas a nuestro medio.
En paralelo, su juventud fue marcada por el deporte. Fue seleccionado de básquetbol en Concepción y también destacó en pruebas de velocidad, salto alto y salto con garrocha. “De alguna parte tenía que venir este estado físico”, decía orgulloso.
Aunque en broma aseguraba ser “rubio, alto y de ojos intensamente azules”, más de alguna auditora descubrió en persona la verdadera estatura del mito.
Su vida dio un giro en 1974, cuando —como él decía— debió dejar el país “por pensar distinto”. Vivió tres años en Buenos Aires, donde trabajó de todo: desabollador, carpintero, artesano en bronce y estaño. Allí también pulió su veta artística y se enamoró aún más del folclore.
Y lo más importante: fue en Argentina donde nació su apodo.
“El cachirupi es un pajarito del norte argentino, ‘chiquitito’ y bien revoltoso”, contaba con alegría. Al volver a Chile, quiso usar un nombre radial con “súper” y recordó aquel animalito: así nació el “Súper Cachirupi”.
A comienzos de los 80 llegó como reportero a Radio Interamericana. Pasó por Caracol y luego su voz conquistó a Nibaldo Mosciatti, quien lo llevó a Radio El Carbón y más tarde a Bío-Bío Comunicaciones. Allí se convirtió en el locutor favorito de los mineros en Lota.
Pero su casa definitiva fue la festiva Punto 7, donde reinó por cerca de 20 años como líder de sintonía.
El estudio se le quedó chico y su carisma lo llevó a animar festivales, bingos, matrimonios y eventos de todo tipo. Fue en el Festival de Coronel donde su vida dio otro giro: conoció a la mujer que describió siempre como “mi injusta”.
Cecilia Salazar, su compañera de más de 35 años, fue su gran amor. Él mismo se definía como el “rey de los mangoneados” y reconocía: “Aprendí a bajar el moño. Hago todo lo que sea para que ella esté contenta y no le den los monos”.
Con ella formó una familia que fue su motor diario. Sus hijos, Florencia y Sebastián, fueron su orgullo: “Todo lo que he hecho es para darles lo mejor”, decía.
Durante casi dos décadas al aire, “Cachirupi” se convirtió en confidente de miles de personas. Auditores que llamaban para reír, desahogarse o pedir un consejo.
Nunca olvidó aquel momento en que un hombre al borde del suicidio llamó a su programa. Su respuesta fue tan simple como poderosa: “La vida es muy linda”. Ese día, su palabra cambió un destino.
Aun cuando su vida tuvo dolores profundos —como la muerte de sus padres—, aseguraba que al entrar al estudio todo quedaba fuera: “El personaje entra. Juan Antonio Rojas se queda afuera”.
El Biobío pierde a una de sus voces más queridas, pero el legado del “Cachirupi” queda intacto. Queda su risa, su calidez, su capacidad de improvisar, su humildad, sus frases inolvidables y ese enorme cariño que recibía cada mañana.
Miles de auditores crecieron escuchándolo. Y él lo sabía: “A veces me cuesta asimilar tanto amor hacia mi persona”, confesaba sorprendido.
Hoy, ese amor se multiplica para despedirlo. Porque “Cachirupi” no solo animaba: acompañaba. Y acompañar —como él lo hacía— no se olvida nunca.
Juan Antonio Rojas Morales, quien falleció este martes 2 de diciembre, será velado en el templo de la Parroquia Lagunillas, en Coronel.