El lunes 16 de enero se estrenó por las pantallas de Mega la nueva teleserie diurna Juego de ilusiones, protagonizada por Carolina Arregui y Julio Milostich. La pareja tiene tres hijas, y la menor de ellas -Javiera Mardones- está a cargo de la actriz Fernanda Finsterbusch.
En la presentación de su personaje, la joven se define como “muy parecida a su madre”, Mariana. Además, está en primer año de medicina veterinaria y lucha por no ser subestimada por el resto de su familia, que todavía la ve como una niña.
Sin embargo, Javiera tiene otro problema: es cleptómana, y así quedó en evidencia en los dos primeros capítulos de la apuesta.
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Durante el velorio de su abuelo, entró a la pieza de alojados donde los invitados habían dejado sus pertenencias, y empezó a revisar distintas carteras para sacar cosas de valor. Fue la asesora del hogar quien la pilló “con las manos en la masa” y la hizo devolver todo lo que había sustraído.
Todo indica que la hija menor del matrimonio protagónico tuvo un tratamiento psicológico en el pasado, pero ella misma aseguró que la muerte de Nadir y el duelo de sus padres la llevó a tener una recaída.
¿Qué es la cleptomanía?
Según explica el portal de la Clínica Mayo, la cleptomanía es la incapacidad recurrente para resistir el impulso de robar objetos que, por lo general, no necesitas y que suelen tener poco valor.
Aunque se trata de un trastorno de salud mental poco frecuente, puede ser grave. Si no se trata, llega a causar mucho dolor emocional al paciente y sus seres queridos.
La enfermedad se relaciona a problemas con el control de los impulsos, y lamentablemente no tiene cura.
Eso sí, el tratamiento con medicamentos o la terapia de conversación (psicoterapia) pueden ayudar a detener el ciclo de robo compulsivo.
A diferencia de los ladrones de tiendas comunes, los cleptómanos no roban compulsivamente para beneficio personal, como desafío, por venganza, o para rebelarse. Roban simplemente porque el impulso es tan fuerte que no pueden resistirlo.
Por último, cabe mencionar que los artículos robados suelen esconderse, nunca se usan. También pueden donarse, regalarse a familiares o amigos, o incluso devolverse secretamente al lugar de donde fueron robados.
Los impulsos por robar pueden ir y venir, o pueden producirse con mayor o menor intensidad a lo largo del tiempo.