La iglesia de Notre Dame es uno de esos patrimonios históricos que ha sido testigo de momentos claves en la historia de la humanidad, especialmente en Francia.
La catedral, situada en la pequeña isla de la Cité, rodeada por las aguas del río Sena, en París, es uno de los monumentos más populares de la ciudad y es la segunda edificación más visitada después de la Torre Eiffel, con 13 millones de visitas cada año.
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Notre Dame comenzó su construcción en un momento de prosperidad económica para Francia y vivió situaciones claves como la coronación de Enrique VI de Inglaterra durante la guerra de los cien años, la de Napoleón Bonaparte en 1804 y la beatificación de Juana de Arco en 1909.
Arquitectura exquisita
Fue nombrada Patrimonio de la Humanidad en 1991 y se caracteriza por ser una de las primeras catedrales góticas de Europa y por ser el ejemplo de las construcciones medievales posteriores dentro del continente.
Recibió el nombre de Notre Dame (Nuestra Señora, en español) porque se construyó como dedicatoria a la Virgen María y su interior alcanza una altura de 35 metros.
La fachada principal cuenta con dos torres macizas, un rosetón de 10 metros de diámetro, tres pórticos de acceso y una galería de estatuas a 20 metros del suelo.
Sin embargo, lo que más llama la atención de su diseño arquitectónico son los adornos del mismo, en los cuales destacan las zonas más elevadas de la iglesia a 69 metros de altura, las que están habitadas por las 54 estatuas de gárgolas que fueron agregadas a mediados del siglo XIX, además de Emmanuel, la campana mayor de la catedral y que pesa 13 toneladas.
¿Iglesia maldita?
Según recogió La Vanguardia, a pesar de que la razón de la construcción de Notre Dame habría sido para “acercarse más al cielo”, la leyenda que rodea a la famosa catedral involucraría también al “infierno”.
Dicha “maldición” se remonta a los años 1300 y habría comenzando cuando designaron al herrero Biscornet como el encargado de terminar la puerta de Santa Ana y él, según cuentan los relatos, le habría pedido ayuda al diablo para terminar su labor.
A pesar de que esta obra inmortalizó a Biscornet, el desenlace que sufrió fue tan trágico que ni siquiera estuvo presente en la inauguración de su propia creación.
El herrero trabajó día y noche, semana tras semana, para poder finalizar la puerta, sin embargo, cada vez le parecía una tarea más difícil de lograr. Por lo mismo, con el paso del tiempo terminó buscando ayuda, pero no consiguió a nadie capaz de acompañarlo e incluso dicen los relatos que llegó a desmayarse dentro de Notre Dame.
Rendido ante esta imposible tarea, se dice que una voz lo despertó y le extendió su mano brindándole ayuda. Sin embargo, se trataba del mismísimo Diablo, quien le ofreció terminar la puerta por él a cambio de su alma.
Biscornet aceptó, terminó su trabajo y a los pocos días murió, un año antes de la inauguración de Notre Dame, el año 1345.
Cuando se mostró a Paris, nadie sabía cómo abrir las puertas y la solución llegó cuando un sacerdote bendijo la iglesia y arrojó agua bendita sobre ellas, las que misteriosamente terminaron abriéndose.