Una situación que compartimos como personas (y animales) es el hecho de tener que despertar con una que otra lagaña molesta en nuestros ojos. No son bonitas, pero a lo largo de la historia hemos tenido que aprender a convivir con este residuo que brota desde nuestros “luceros”.

Las lagañas nacen de una manera muy particular, en una de las capas del ojo, pero antes tenemos que hablar de la glucocálix, una solución lagrimal compuesta básicamente de agua que se sitúa por sobre las corneas.

Dicha solución se encarga de mantener los ojos de los mamíferos lubricados y libres de infecciones al mantenerlos limpios, pero algo ocurre con ésta sustancia aceitosa cuando la temperatura corporal disminuye.

Es en ese momento en que esta sustancia, que se encarga de mantener nuestros ojos húmedos y limpios, se transforma en algo sólido parecido a la cera: las lagañas.

Lee también: ¡Cuidado!: El popular truco de maquillaje que podría dañar tus ojos

Razones por las que aparecen

Serían dos las causas por las que se producen éstas sustancias. La primera ya la habíamos abordado, pero básicamente se producen durante la noche, ya que el cuerpo disminuye su temperatura cuando se está dormido.

La segunda causa la explica el oftalmólogo australiano Robert G. Linton a la BBC, y se debe a que “el sueño hace que se relajen los músculos sobre las glándulas meibomias (…) lo suficiente como para generar un exceso de fluidos sobre las raíces de las pestañas durante el sueño”.

En síntesis, durante la noche la producción de éste gel lubricante aumenta, por lo cual al enfriarse, también aparecen más lagañas.

Lee también: ¿Te atreves?: 4 sorprendentes ilusiones que te harán dudar de tus ojos

¿Qué función cumplen?

Las lagañas cumplen un rol fundamental para nuestra visión ya que evitan que las lágrimas broten constantemente de nuestros ojos y, al mantenerlas allí, los ojos se mantienen humectados, por lo que previenen la resequedad.