Todos han experimentado alguna vez esa sensación de querer comer durante la noche aunque sepamos que no está bien porque le hace mal a nuestro organismo, sobre todo si queremos bajar o mantener un peso saludable.

Darte vueltas en la cama, levantarte y caminar hasta el refrigerador, es una práctica más común de lo que pensamos, y es que mantener un ritmo de vida agitado, producto del trabajo o los estudios, nos estaría haciendo un flaco favor a nuestra alimentación, principalmente porque nuestros horarios de comida siempre se ven alterados.

Al menos eso es lo que afirma la especialista en dietética y nutrición, Raquel Nogués, del Hospital Teknon, España, quien asegura que las extenuantes rutinas aportan a un trastorno alimentario que se desencadena principalmente por factores psicológicos como depresión, estrés y ansiedad. Algo en lo que coincide Blanca Bueno, del mismo centro, quien agrega: “Los atracones son un modo de compensar los malestares o inquietudes”, según consigna la publicación femenina Women’s Health.

Se debe tener claro que un antojo nocturno una vez a las miles no tiene nada de malo, pero si lo que deseamos es prácticamente servirnos un plato de comida o prepararnos un sándwich contundente, hay que tener ojo y preguntarse, como primera cosa, si acaso pasamos mucho tiempo en ayuno.

Para Nogués, comer poco durante el día y tener poco apetito son los desórdenes más habituales de las personas que tienen este comportamiento. Otro factor preocupante es que en este caso se busca saciar rápido la sensación de hambre y eso se consigue consumiendo alimentos ricos en carbohidratos, como las pastas, ya que ayudan de forma inmediata.

Un par de estudios aseguran, en la misma línea, que la falta de sueño y el aumento de apetito están relacionados con un mal dormir, y este fenómeno se explica por un descenso en los niveles de leptina y un aumento paralelo de los niveles de grelina y otras hormonas como el cortisol.

El psiquiatra y epidemiólogo James Gangwisch, de la Universidad de Columbia, Estados Unidos, dice que este sistema de regulación podría explicarse como “una estrategia para que los seres humanos almacenasen grasa durante el verano, cuando las noches son más cortas y la comida más abundante, y preparar así el cuerpo para los meses de invierno“, consigna un artículo de la revista Muy Interesante. En este sentido, al reducir las horas de sueño, nuestro organismo piensa que debe comenzar a almacenar grasa.

En tanto, según una investigación de la Universidad de Yale, el estrés también sería un factor importante en esta relación hambre-sueño, la que nace en las neuronas sintetizadoras de orexina del hipotálamo, y que al sobreestimularse por el estrés pueden provocar insomnio y aumento del apetito.

Sobre qué podemos hacer al respecto, la psicóloga Bueno, recomienda atacar tanto el aspecto psicológico como el alimentario. Para ella el primer paso es volver a una dieta normal. “Se debe consumir alimentos saludables y no saltarse comidas“, agrega. Por otro lado, se debe acudir a un psicólogo o terapeuta para que analice tu salud mental y determine si es o no necesario seguir un tratamiento que, por lo general, es de tipo cognitivo-conductual.