En marzo de 2017 conocimos la historia de Matías Leiva, un chileno de 37 años que dos años se vio en la urgente necesidad de idear una nueva forma de ganar dinero extra debido a una deuda de cuatro millones de pesos que pesaba sobre sus hombros, ya que con su trabajo no le alcanzaba.

Oriundo de La Ligua, llegó a Santiago cuando era apenas un adolescente para formarse como cura, sin embargo, a los cuatro años de estar en el seminario decidió que no era lo que quería para su vida y siguió otro camino.

Así fue como un día se encontró solo con seis mil pesos en su bolsillo, y tuvo una arriesgada idea. Matías fue hasta un supermercado donde compró harina, levadura, queso y jamón. ¿Su idea? Amasar y vender pan con queso y jamón en el Paseo Ahumada, en el centro de Santiago.

“Salí a la calle, con toda la vergüenza que eso significa, le dije a mi amigo ‘Sebita’ pero no me creía“, relató esta mañana en el matinal Bienvenidos donde estuvo contando su experiencia. Esa mañana llegó al centro a eso de las 7:30 horas, antes de entrar al trabajo y aunque en un comienzo estaba asustado, finalmente logró vender sus 12 panes.

A la mañana siguiente, repitió la rutina y vendió 18. Así, en cuestión de días comenzó a vender 50 panes diarios y de a poco comenzó a darse cuenta que era un negocio realmente fructífero, comentó hace dos años al matinal Bienvenidos.

Tan bien le fue que fundó una empresa llamada La Insolencia, dándole trabajo a una treintena de personas que vendían los sándwiches en distintos puntos del centro de la capital.

Tras su paso por el programa, su historia se volvió prácticamente viral y se replicó en varios medios de comunicación, tanto así que llegó a vender tres mil panes diarios.

Pero, al mismo tiempo, con esa fama vinieron los problemas. Al ser vendedor callejero, los inspectores municipales hicieron lo suyo y le sacaron tantos partes a él y a su equipo, que acumuló una deuda millonaria.

Varios de mis ‘insolentes’ (como les llamaba a sus trabajadores) llegaron de otros países, otros eran estudiantes y sacaron sus carreras. Les hice contrato y éramos una familia, pero todo eso quedó atrás”, comentó Matías a La Cuarta.

Respecto a cómo se gestó esta situación que más tarde terminó saliéndose de control, relató al diario que “el municipio estaba implementando el plan de Comercio Justo. Postulamos a permisos para poder trabajar, pero los partes comenzaron a llegar. Perdíamos los canastos con los panes, pero nos volvíamos a levantar, y nos volvían a multar y a quitar todo. No podíamos entrar al centro de Santiago. Yo no culpo a los inspectores, ya que es su pega, pero vi cómo mi sueño empezó a desaparecer”.

Ver cómo requisaban sus canastos y luego los remataban, lo que le dio más pena al joven comerciante, sin embargo, no se arrepiente de lo que hizo porque además de salir él adelante, también ayudó a otros. “Generé hartos puestos de trabajo e inspiré a varios a emprender, igual como ocurrió con el Conejo Martínez de los maní“, explicó.

Eso sí, sus ganas de volver a surgir están intactas aunque no volvería a la calle precisamente. “Que alguien me apoye con un localcito para poder vender mis productos, o un carro con permiso. Las ganas siguen, igual que desde el día 1“, afirmó.

La Insolencia fue cerrada en agosto del año pasado, y hasta esa fecha sumaron más de $100 millones en partes, según comentó Leiva a un programa radial.