“Mi primer apellido significa ‘Cuerpo de Puma’ y el segundo ‘Con Tres Espíritus””, cuenta orgullosa Claudia Ancapán Quilape, una valiente mujer transexual orgullosa de sus orígenes mapuche.

Su historia de resiliencia tiene de momento un final feliz. Fue discriminada durante sus estudios, escuchó cómo era un pecado ser lo que es, fue prejuiciada, fue golpeada, violada, despedida múltiples veces injustificadamente. Hoy ejerce la obstetricia, profesión que ama, en uno de los lugares donde siempre quiso estar.

“Mi cultura fue un factor protector, lo otro es prejuicio que llegó con el huinca. Nuestras raíces no tienen discriminación, esos son males de la colonización que trajo la ideología religiosa y la visión del pecado. Bajo esa mirada bíblica soy una pecadora. Por ejemplo, las figuras de los machi weye, que fueron personas de autoridad, especie de chamanes antiguos que utilizaban vestimenta de las machi y que siempre fueron respetados. Tienen símiles en otras culturas como la india o los pueblos originarios mexicanos”, relata Claudia a BioBioChile.

Nací mapuche, escuché nuestra lengua materna siempre en casa en palabras, nací trans, pobre y viví en mi infancia y adolescencia entre dos religiones poderosas en Chile. En mi infancia íbamos a la iglesia evangélica metodista y al llegar a mi adolescencia, estudie en un colegio católico de la Orden Corazonista”, cuenta la obstetra en su fanpage de Facebook, El diario vivir de una mujer transexual Chilena.

La importancia de la universidad

Ingresar a la Universidad fue un triunfo, asegura Claudia. “En enseñanza media me di cuenta que siendo nerd me protegía, me protegía hasta ese entonces también mi familia. Actuaba como tal para protección. Pero en Valdivia -estudió en la Universidad Austral, titulándose en 2007- conocí también la discriminación, el racismo y el bullying. En ese tiempo era andrógina, vivía mi transición de rasgos masculinos a femeninos”, señala.

Claudia en su actual trabajo
Claudia en su actual trabajo

Un día en 2005 un grupo de neonazis me atacó. Volvía de una fiesta de unos amigos, fue tan humillante y terrible, no sé cómo sobreviví. Me arrastraron, me violaron, me patearon la cabeza, me volaron los dientes. Quise venganza, pero hoy ya no. Luego llegó Facebook y encontré a mis agresores, eran estudiantes de otras carreras, compañeros de universidad. Denuncié la situación a autoridades que ya no están y no se hizo nada. Yo logré hablar con ellos y recibí más amenazas”, lamenta.

El prejuicio laboral

Luego vino el mundo laboral, no menos difícil para Claudia. “Recorrí mi país trabajando y seguía la discriminación. Fui muchas veces despedida por causales irrisorias, una vez por llegar un minuto tarde, otra por no usar los zapatos adecuados, otra porque un hombre no podía usar el pelo largo. En aquellos tiempos no había justicia para nosotras”, recuerda.

Pero hoy, la vida le sonríe y la ha puesto en el lugar que merece su esfuerzo. Trabaja en un recinto asistencial que atiende gente con VIH, enfermedad que conoce de cerca, no por padecerla, sino porque le ha arrebatado la vida de grandes amigos. Además, tiene una pareja hace nueve años, ya no esconde su vida, se efectuó la cirugía de reasignación genital y es una activista Pro Derechos Humanos cuya historia ha sido llevada al cine, de manos de la ópera prima de Francisco Aguilar, Claudia, “Tocada por la Luna”, que ya está recorriendo el mundo mientras suma galardones. “En honor a mi ascendencia indígena y ser una mujer trans, porque la Luna para la cultura mapuche simboliza poderosamente el poder de lo femenino”, indica orgullosa.