En diciembre de 2019 se conoció el primer caso de COVID-19, en China. Hoy, a nivel mundial, la cifra 254.562.905 personas se han contagiado y 5.118.632 han muerto por el virus, de acuerdo a la Universidad John Hopkins.

Pero lo más preocupante es que durante ese lapso, han aparecido nuevas variantes, siendo la Delta una de ellas, cuyo primer caso en Chile se detectó en junio de este año.

Y la alarma de las autoridades estaba puesta en su rápída propagación y la facilidad con la que genera rebrotes. Y es ha sido la tónica en nuestro país, ya que del total de muestras del virus que procesó el Instituto de Salud Pública hasta los últimos días de octubre, el 97,4% corresponde a Delta.

“La cepa del Reino Unido, alfa, y que inauguró la pandemia en Chile, tenía un R0 (contagiosidad) de cuatro, es decir, que un caso era capaz de contagiar a cuatro. Delta tiene un R0 de nueve, o sea un contagiado es capaz de infectar a otras nueve personas”, explica el epidemiólogo Gabriel Cavada a La Tercera.

Cabe señalar que la región de Aysén presenta la tasa de incidencia más alta en el país.

Frente a esto, Claudio Castillo, académico en Salud Pública de la Universidad de Santiago de Chile, destaca que esta variante “no necesariamente tiene una mayor agresividad en términos de la probabilidad de las personas en agravarse, porque la mayor parte de la población está vacunada“.

Y es que la inoculación en la población es fundamental, para no volver a presentar cifras críticas, algo que es mirado de forma optimista por las autoridades, ya que Chile se convirtió en el primer país de la OCDE en superar las 200 dosis administradas, por cada cien habitantes.

“Afortunadamente, las vacunas y particularmente la dosis de refuerzo ayudan a proteger contra la delta, no de la misma manera que lo hace con otros linajes, pero sí protegen tanto de la infección como de las complicaciones y de la muerte”, cierra Carlos Pérez, infectólogo de la Clínica Universidad de los Andes.