El matrimonio neozelandés conformado por Jenn y Mark Hooper siempre quiso tener hijos, pero les costó años poder conquistar este sueño y cuando al fin ella quedó embarazada, la vida volvió a jugarle una triste broma.
Su hija Charley llegó al mundo colgante y sin respiración y aunque las matronas intentaron resucitarla, no fue hasta que llegó un especialista que lograron revivirla. Lamentablemente, su cerebro estuvo una hora sin recibir oxígeno de manera adecuada, por lo que el daño era irreversible, como recoge el portal del hogar Good Housekeeping.
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Los primeros meses en su hogar fueron terribles, ya que ella lloraba sin parar. Esperaban que en algún momento sus ojos se posaran en ellos, pero estos continuaban rodando sin control. Cuando tenía 5 meses diagnosticaron que tenía espasmos infantiles, una severa forma de epilepsia. Nunca podría caminar, hablar y además, era ciega.
Charley sufre constantes ataques de epilepsia y lo vomitaba todo. Además, sus músculos de la garganta son tan débiles, que hasta tragar podría ser letal para ella. Sus padres prácticamente no dormían revisando que no se hubiera ahogado en medio de la noche. La situación era tan terrible, que muchas veces se preguntaban si sería mejor que muriera.
Poco a poco fueron calmando sus gritos con Valium, haciéndola rebotar en sus rodillas y dándole baños tibios. Con 10 años la sacan a pasear en su carrito, como si se tratara de un bebé recién nacido y ella está presente en cada actividad familiar junto a sus dos hermanos. Pero ahí, a sus padres les asaltó la duda, ¿qué harían cuando fuera demasiado grande para cargar?
Como el matrimonio no quería ver a su hija acabar confinada en una habitación, tomaron la dramática decisión de someterla a un tratamiento hormonal para que dejara de crecer. Además, removieron sus glándulas mamarias y su útero, no sólo para que no sufriera por la menstruación y para que no le pesaran sus senos, sino que también para prevenir cualquier abuso sexual.
Charley mide 1.3 metros y pesa 24 kilos… y así se mantendrá el resto de su vida. Y aunque algunos entienden sus razones, otros acusan que se trataría de la violación de sus derechos humanos. Un médico una vez le dijo a Jenn que jamás le haría algo así a sus hijos. “Bueno, tienes suerte de que nunca has tenido que tomar la decisión”, le respondió.
Sus padres saben que su condición es crítica e irreversible: su vida se limita a unos gruñidos y ver cómo sus extremidades cuelgan sin vida o vibran en espasmos sin control. Ella apenas responde a sonidos fuertes y ni siquiera es capaz de sostener su cabeza, como si se tratara de un bebé eterno. ¿Qué harías si estuvieras en sus zapatos?