Como muchas otras chicas, la bella Gabrielle LaFrank veía con admiración los certámenes de belleza, por lo que cuando tenía apenas 13 años, decidió meterse en este mundo. Aunque esta edad se considera “tardía” para comenzar una carrera como Miss, pasó meses consiguiendo vestidos y aprendiendo a caminar en enormes tacos, para así participar en su primer concurso.

“Me di cuenta de que no iba a entrar caminando y ganar alguna tiara, pero la pasé tan bien preparándome, que ni siquiera me importaba”, detalló al medio Cosmopolitan. De hecho, “quedé en último lugar en el primer certamen en el que competí”, ya que se sentía incómoda en el escenario.

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Pero aunque se tropezó desfilando con su vestido, la pasaba bien armando sus rutinas. “Siempre había sido tímida e insegura con mi cuerpo, y competir en certámenes era una glamorosa manera de aprender a ser una persona más abierta (…) para mí, un gran título sería la validación que necesitaba, de que era capaz de conseguir un sueño y sentirme bella”, explicó.

Gabrielle LaFrank | Facebook
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Tras su primer intento, aceptó ser una delegada del Miss Teenage de California: “Era una de las pocas chicas que llegó a la competencia sin un entrenador y aprendí en un fin de semana, más de lo que había aprendido en toda carrera de certámenes. ¿Creía que iba a ganar? Absolutamente no. ¿Seguía soñando con una corona sobre mi cabeza? ¡Por supuesto!”, explicó.

Gabrielle continuó compitiendo, a pesar de que muchas veces cometía errores y no ganaba. Junto a su familia invirtieron cientos de dólares en peinados y vestidos y ya tenía sus pies todos morados tras horas caminando sobre zapatos incómodos.

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“Escuché cada comentario del jurado y me tomé decenas de fotos profesionales. No importaba todo lo que hiciera o qué tan bella me sintiera, ni qué tan grande fuera la tiara: los títulos que ‘ganaba’ eran premios de consolación para las chicas que no conseguían suficiente puntaje para seguir adelante”, relató.

Gabriella escogía cada concurso cuidadosamente “y sólo competía en aquellos que juzgaban personalidad y confianza. Yo me sentía bella, confiada y entusiasta cada vez que subía al escenario, ¿así que por qué nunca lograba ganar?”, era su gran duda.

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Hasta que un día fue a un evento en el que todo salió perfecto, “mi vestido me quedaba bien, recordaba cada paso de mis rutinas y mi personalidad en el escenario se sintió natural”, por lo que se sentía muy emocionada a la hora de escuchar a los jueces. Lamentablemente, quedó penúltima.

“Incluso la chica que usó polera y jeans para una competencia de trajes de noche obtuvo un mejor lugar que yo. No entendía nada, hasta que leí un comentario en mi tarjeta de puntuación… que decía que era ‘grande’ (gorda)”, agregó.

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Ese fue el punto de quiebre y lo que la llevó a retirarse para siempre de esta clase de concursos: ser tratada de “grande”. Ella pensaba que no la iban a juzgar por la talla de su vestido, pero así fue. No importaba cuánto dinero reuniera para la caridad ni qué tan caros fueran sus vestidos ni qué tan buena fuera su rutina, “nada importaría, a menos que fuera más flaca”, fue su conclusión.

Gabrielle ya se graduó de la secundaria y tiene su mente puesta en un futuro, el cual no incluye convertirse en Miss California. “Gasté tantas lágrimas en gente que no cambiará su forma de pensar y lamento más de lo que puedo decir. Estaría mintiendo si les dijera que no quiero intentar otro concurso, pero me mantendré lejos por mi propio bien”, concluyó.

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