Khristian Briones, de 42 años, vivió gran parte de su vida sumido en un mundo plagado por el alcoholismo, el consumo excesivo de drogas y la cultura de la delincuencia; donde “robar es destacado por el resto y observado como una forma de ser”.

Lo anterior significó para Briones caer en los peores vicios, en la droga y en la cárcel. Experimentar un sinfín de emociones que perduraron por más de 18 años, pero que finalmente concluyeron con un final mucho mejor de lo que él pudiese haber esperado.

La historia de este santiaguino, oriundo de Lo Espejo, ha sido compartida en redes sociales durante los últimos meses y es evidencia de superación, crecimiento y fortaleza.

Por lo mismo, desde BioBioChile se contactaron con Khristian y esto fue lo que les relató:

Vivir en la droga

Briones vivió su niñez en una población de la comuna, a cargo de sus abuelos maternos; experimentando el abandono de sus padres y recibiendo drogas por parte de sus familiares.

Esa vida no cambió hasta su adolescencia, donde salió a la calle a buscar ser valorado, reconocido; “algo que nunca había logrado en su círculo más cercano”.

Jugando en locales de pool, consumiendo drogas y alcohol, Briones cayó rápidamente en la adicción y esta lo obligó a comenzar a delinquir: “todo para conseguir el dinero para comprar lo que el cuerpo le pedía”.

“Robaba y vendía los vidrios de las micros amarillas”, recordó. Lo anterior, por su condición de menor de edad, lo llevó a ser parte de centros del Servicio Nacional de Menores; en varias comunas de la región Metropolitana. Ahí, asegura, vio de todo: abusos sexuales, violencia, discriminación, entre muchos otros.

“Ser grande”

Una vez mayor de edad, las penas aumentaron. Briones siguió el mismo estilo de vida y fue condenado a 7 años de cárcel por distintos tipos de robo; incluyendo el de intimidación.

Fue a parar directamente a la Penitenciaría de Santiago Sur, donde su “choreza” le valió ser reconocido líder de un grupo: tenía personas a su orden, “pérkines” y “perros bomba”.

Tras 7 años, salió con una decena de cicatrices en su cuerpo, por puñaladas, y con la experiencia de vivir en una cárcel. Una actitud diferente, dice; algo así como grandeza; “choreza”.

Pero rápidamente cayó en la droga, en el consumo excesivo por la población donde vivía, y tras intercambiar “balazos” en un tráfico de drogas, fue parar de nuevo a la cárcel: 3 años.

Esta nueva pena, eso sí, fue con mejor suerte. Al interior del recinto conoció al padre Nicolás Vial, de fundación Paternitas, y todo cambió.

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“Dios es grande”

Con su ayuda, al salir de la cárcel, encontró trabajo en un supermercado, logró enamorarse, crear una familia, pero sin poder evitar los obstáculos.

Tras 18 meses, cayó en el consumo de nuevo. Esta vez sin delinquir, pero vendiendo todo lo que tenía para satisfacer la necesidad de la droga: la pasta base.

Pero un “milagro” ocurrió la última vez que consumió. Un punto de inflexión que lo haría reflexionar y corregir el camino en su vida.

“Me estaba mandando un “pipazo” de pasta base, y en eso mi hija por abajo me abraza y me mira a los ojos”, confiesa. “Ahí comencé a rezar”, agrega.

Lo que sigue después de eso es sólo superación: pasó a un centro de rehabilitación, terminó su educación secundaria, se casó, comenzó a dar su testimonio, se tituló como trabajador social gracias a una beca y hoy es fundador de “Dimas”, una empresa que busca disminuir los delitos a través de la rehabilitación de personas con antecedentes.

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Además, hoy cuenta su historia en distintas organizaciones, públicas y privadas, con el fin de demostrar que, pese a las condiciones, la superación siempre es posible.

Todo lo anterior ha significado un reconocimiento tremendo en las redes sociales; cuyos usuarios no dudan en felicitar, al ahora profesional, por su esfuerzo.