Es la rutina típica de todos los días. Con su corona de rey en la cabeza, Marcio Mizael Matolias repara con dedicación su castillo, a pesar de los 40 grados que asfixian a los bañistas en la playa de Rio de Janeiro, en Brasil, una tarde de enero.

Marcio retoca una torre por aquí, otra puerta majestuosa por allá. Riega también su fortaleza para que no se hunda. Esta es el sagrado paso a paso que realiza este sujeto desde hace 22 años. Y es que aunque muchos no lo crean, Marcio vive en este castillo de arena.

En Barra da Tijuca, un barrio rico al oeste de Rio, los vecinos y amigos le llaman “el Rey”. Y es que Marcio asume el papel para atraer a los curiosos y se presta de buena gana a las sesiones de fotos con su cetro en mano en el trono que instaló delante de su castillo en la playa.

Este carioca bromista que pronto va a cumplir 44 años asegura que no podría vivir de otro modo: “Crecí en la bahía de Guanabara, siempre viví en la playa. Las personas pagan alquileres exorbitantes para vivir delante del mar. Yo no tengo facturas y aquí vivo bien”, dice a la AFP mientras muestra la inmensa playa de arena fina y las dos hermosas islas en el horizonte.

A pesar del entorno idílico, su hogar se limita a un espacio interior de unos 3 metros cuadrados dentro del castillo. Marcio, soltero y sin hijos, amontona ahí decenas de libros y algunos palos de golf, sus pasiones junto a la pesca.

AFP
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¿Su cama? Un saco en el suelo. ¿El baño? El puesto de los bomberos a unos 30 metros, donde puede usar el baño y la ducha por menos de un dólar (700 pesos). Marcio cree que tiene todo lo que le hace falta. Su único problema, el calor insoportable.

“La arena retiene el calor, entonces, a veces no consigo dormir aquí y voy a dormir en casa de un amigo, pero la verdad es que prefiero quedarme aquí, aunque tenga que dormir fuera, al lado del mar”, explica el brasileño.

Antes de instalarse en esta playa, Marcio vivió en diferentes puntos del litoral carioca. Decidió dejar atrás su humilde barrio natal en Duque de Caxias, al norte de Rio, para mudarse a la rica zona sur, donde empezó a vivir en la calle.

Una atracción turística

Un día, un amigo le enseñó a construir una pirámide de arena. Y ya nunca más dejó esas esculturas perecederas: “Aprendí mucho leyendo y creo que mi castillo es una mezcla de estilos, entre Niemeyer y Gaudí”, dice sobre su palacio real, reforzado con sacos de arena y troncos.

Lo mejor de toda esta historia es que la alcaldía nunca le puso problemas: “Me convertí en una atracción turística de algún modo y también en un servicio social”, remarca Marcio, mostrando su biblioteca en la calle.

“El Rey” de Barra de Tijuca colocó un stand de libros a solo unos metros de su castillo y no pide dinero por ellos, solo que las personas tomen los libros que quieran a cambio de donar otros.

Para ganarse la vida, Marcio solo tiene una caja en la entrada de su construcción de arena. Pero, a lo largo de esta tarde, de la veintena de personas que se pararon a tomar fotos, nadie le dejó ni una moneda. A Marcio parece no importarle: “A menudo me roban la caja. Antes me enojaba, quería dormir con una piedra en la mano para impedirlo. Pero empecé a vivir con esa paranoia, y yo no quiero esto, yo hago esto por placer”, asegura.

De vez en cuando, un centro comercial le paga por hacer una de sus magníficas esculturas de arena para algún evento especial. Pero, a veces, a Marcio le gustaría que sus obras no fueran tan efímeras. La lluvia puede destruir en unos minutos el trabajo de 10 o 20 horas para decorar minuciosamente las torres de su fuerte.

Optimista por naturaleza, Marcio espera poder realizar su gran sueño el año que viene: hacer esculturas y obras con otros materiales, además de arena, en el local de un amigo.

Mientras, no se cansa de tallar de forma incansable su frágil palacio con un cuchillo o una pala. A ejemplo de la Sagrada Familia de Gaudí, el arquitecto que más lo influencia, su creación está en obras perpetuas.

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