Seguramente más de alguna vez has escuchado a alguien decir que solo bastan 21 días para instaurar un nuevo hábito. Lo han dicho en los medios, alguien de confianza o incluso tú mismo te has convencido de eso sin saber siquiera de dónde proviene esa creencia.

Y es que en la década de los 60, el reconocido cirujano plástico de la Universidad de Columbia, Maxwell Maltz, aseguró que esta cantidad era la necesaria -ni más ni menos- para que una imagen mental establecida desaparezca y se instale una nueva.

¿Hizo un estudio? No. Solo consideró a sus pacientes y en la pauta que seguían al asumir su nueva imagen tras alguna intervención estética o clínica. Y según él, este patrón podía aplicarse a los cambios de hábitos y que la imagen que las personas tienen de sí mismas tienen una estrecha relación con sus conductas.

Con el paso de las décadas, ese mensaje quedó instaurado y en el área del management y el coaching, se replicó con fuerza. Por ejemplo, el escritor y conferencista Stephen Covey, profundizó esta creencia en algunas de sus obras como Los siete hábitos de las personas altamente efectivas.

Pero la verdad es que no es así y esto solo ha sido una falsa creencia replicada sin ningún sustento científico.

Por el contrario, una investigación publicada en el European Journal of Social Psychology, concluyó que en realidad adoptar una nueva costumbre o reemplazar un mal hábito por otro lleva entre 18 y 254 días, y la mayoría de la gente lo consigue en 66 días.

Evidentemente lo anterior dependerá de la dificultad de la nueva conducta a instaurar. Por ejemplo, comer más saludable o hacer ejercicio puede costar mucho menos que aprender un idioma nuevo, claro que en cualquier caso la perseverancia es fundamental.

La clave es la recompensa

Ahora bien, si queremos adoptar un nuevo hábito o conducta es importante trabajar las recompensas. Si queremos sustituir, por ejemplo, un hábito dañino como el cigarro por otro más saludable, tendremos que elaborar una estrategia que permita imponerse a la parte más racional de nuestro cerebro, la corteza prefrontal.

Un consejo podría ser que si queremos realizar ejercicios todas las mañanas, dejemos la ropa y la indumentaria necesaria listas la noche anterior y en un sitio bien visible.

Ann Graybiel, experta en esta materia y académica del Instituto de Tecnología de Massachusetts, señala al periódico español El País, que esta “señal visual” sirve como facilitador de la conducta. Además, luego de practicado el hábito, recalca que es necesario recompensarnos con algo que nos guste, para reforzar este saludable hábito y se instaure en nuestra rutina de conductas. Este se conoce como “autorrefuerzo”.

Un aspecto en el que coincide José Antonio Portellano, doctor en Psicología de la Universidad Complutense de Madrid, quien dice que este autorrefuerzo no actúa como magia pero sí facilita que la nueva conducta se instaure. Por lo mismo, también aconseja que “verbalicemos nuestros logros”, pues también ayuda a este refuerzo.

Por último, aconseja fijarse metas realistas, sobre todo al inicio de estos nuevos objetivos. “Si me propongo ir al gimnasio cada día, es muy probable que en un mes me haya rendido porque no pueda cumplirlo. Los objetivos más modestos son más fáciles de alcanzar. No hay que poner el listón tan alto que nos produzca frustración. Igual para dejar de fumar. Intentarlo de golpe será más difícil que si se va reduciendo el número de cigarros de forma escalonada”, apunta el neuropsicólogo.

Y un punto no menor es considerar que siempre habrá momentos de bajón pero que éstos no deben superarnos. Sobre todo en este contexto de pandemia, el estrés propicia justamente que tengamos bajones o recurramos a viejos hábitos que creíamos olvidados, sin embargo, la recaída no tiene por qué significar rendirse.

La perseverancia siempre será la clave, independiente del tiempo que te tome conseguir tus objetivos.