Fernanda Ramírez, actriz que interpreta a la malcriada Augusta Montero en la exitosa teleserie de Mega, Perdona Nuestros Pecados, nuevamente se tomó Instagram para relatar un extraño momento que vivió cuando pasaba por una difícil situación personal.

“Cualquiera que se mofe de conocerme debe saber que creo en las señales”, escribió. Resulta que al parecer un día Fernanda estaba triste tras terminar una relación amorosa y, ese mismo día, decidió participar de una congregación religiosa. “Ese día, culpa de mi curiosidad infinita, decidí entrar al templo de una religión que lleva un pez por estandarte. Hasta la fecha, a{un no sé si son cristianos, evangélicos, creacionistas o qué, al caso que no importa”, comenzó contando Ramírez.

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“Estaba de pie observando con detalle su diario mural, plagado de anuncios de profesores de guitarra, cuando alguien me toca el hombro. Me di vuelta y para mí sorpresa no había nadie. Solo un afiche ‘guacho’ que tenía un planeta Tierra por dibujo y una sola pregunta: ¿Quieres volver a empezar?”, relató.

Sin duda una experiencia muy particular y que llevó a Fernanda a integrarse a la misteriosa comunidad. “Terminé en un campamento religioso alabando al señor todos los días a las 6 am. La vida nunca fue tan absurda”, concluyó la actriz de 26 años.

Fernanda Ramírez | Instagram
Fernanda Ramírez | Instagram

“Qué linda experiencia tienes Fer. No es casualidad que hayas entrado en ese templo”, “Sólo creer, eso es”, “Qué mágico” y “Qué hermoso”, fueron algunos de los comentarios que más se repitieron en la publicación.

Sin embargo, no es la primera vez que la joven comparte en Instagram sus experiencias personales. Hace algunos días, la actriz de Perdona Nuestros Pecados confesó el difícil momento que vivió en su adolescencia, puesto que conoció a su padre recién a los 16 años. En aquella ocasión los usuarios empatizaron con la actriz, enviándole muchos mensajes de apoyo y cariño.

t O C El día que conocí a mi papá a los dieciséis años, camine de vuelta a la oficina de mi mamá por la calle bandera. Subí hasta el piso 11 donde ella trabajaba y solo cuando pude encerrarme en la oficina de su jefe, que como era de costumbre no estaba, lloré. Lloré amarga, desgarradora y desconsoladamente como solo una adolescente con el corazón roto puede hacerlo. En algún momento mire para abajo por el gran ventanal de la oficina, veía los mares de gente desplazándose de un lugar a otro, esquivándose y chocando al mismo tiempo, sin mirarse jamás. Cada uno caminando a toda velocidad hacia su objetivo. Somos como hormigas, pensé. Pensé también: si yo me tirará ahora y quedara reventada en el piso, me recogerían las hormiguitas para llevarme de vuelta al hormiguero? ak.

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