Jessa Dillow Crisp es una mujer muy valiente. Su caso comienza con brutales abusos sexuales y físicos realizados por miembros de su propia familia. Hace poco reconstruyó su historia y contó como logró superar los traumas para dar un verdadero ejemplo a mujeres víctimas de este delito.

Jessa ahora tiene 29 años y vive en Denver, Colorado, Estados Unidos. Se casó, está terminando un doctorado en psicología y es aspirante a fotógrafa, sin embargo, su pasado está lleno de oscuros recuerdos.

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Todo empezó cuando era apenas una niña. Tenía 10 años y vivía en su casa en Canadá cuando miembros de su propia familia comenzaron a abusar de ella. La hicieron posar para pornógrafos, la obligaron a hacer actos sexuales denigrantes y la violaron delante de las cámaras en numerosas oportunidades.

Pronto, sus hermanos la vendieron a distintos proxenetas y ‘amigos’ de la familia.

“Fui criada en Canadá y el abuso físico, emocional, mental y sexual incluyó pornografía infantil y tráfico sexual en los barrios suburbanos, burdeles y hoteles locales. Aunque yo fui la víctima y nunca tuve una elección, pasé toda mi infancia pensando que yo era una persona mala, una vergüenza para todos, que algo estaba mal conmigo”, dijo.

“Aunque el abuso fue perpetrado en mí y aunque no tuve elección en el asunto, pasé mi infancia pensando que era malo, vergonzoso, y que algo estaba mal conmigo. Todo empezó cuando tenía menos de 10 años y mi familia fue la responsable. Lamentablemente, mientras más trabajo con sobrevivientes, estoy descubriendo que el ‘tráfico familiar’ es muy común”, comentó Jessa al medio británico Daily Mail.

A ello, añadió que “Recuerdo los aromas, las visiones, los sabores de la esclavitud. El horror no puedo ponerlo en palabras, como tampoco los terribles burdeles donde me llevan a hombres o mujeres que debía servir. Hubo violaciones grupales. Los policías eran algunos de mis compradores. Muchas veces me esposaron, me violaron, me golpearon y me decían que no dijera nada o me iría a prisión. Realmente no podía confiar en nadie”, recuerda la joven, quien finalmente logró escapar en 2010 de sus traficantes, con ayuda de una mujer que trabajaba con víctimas de violación y partió a Estados Unidos a una casa de acogida.

Sin embargo, tras seis meses y el término de su visa, debió volver a Canadá y vivió una nueva pesadilla. Se hizo amiga de una mujer que pareció muy amable, que prometió ayudarla, pero finalmente la engañó, se aprovechó de su vulnerabilidad y dejó claro su rostro: era una proxeneta y pronto comenzó también a traficar a Jessa.

“Debido a mi abuso pasado y a mi trauma pasado era tan vulnerable que la gente se aprovechaba de mí otra vez y pensaba, ‘¿qué está mal en mí, qué he hecho?’. Después de esa segunda experiencia de tráfico, casi me era imposible confiar en nadie. Era esclava una vez más”, dice la chica que afortunadamente logró escapar una vez a pesar de sus temores y logró llegar a Estados Unidos a la casa de acogida, donde la motivaron a estudiar y se pudo quedar permanentemente y rehacer su vida.

“Me negué a dejar que lo diabólico de mi pasado ganara. En cambio, mi dolor tiene un propósito ahora”, asegura Jessa quien ahora trabaja inspirando a mujeres para superar los abusos sexuales.